¿HACIA DÓNDE VAN LOS FEMINISMOS? Por Ileana M. Chirinos Escudero Mediadora Contadora Pública Nacional Magister en Administración de Empresas. Universidad de Belgrano Ecole Nationale Des Ponts et Chaussés - Paris Francia.
Más que certezas, hoy busco plantear una reflexión sobre lo que está sucediendo con los feminismos y su actual retracción en Argentina, además de explorar por qué la palabra «feminismo» está siendo tan malinterpretada.
Es un momento complejo para ser feminista en este país, donde el movimiento enfrenta ataques desde la derecha, la izquierda y dentro de sus propias filas, conformando un escenario de triple presión. Desde la derecha, particularmente la más conservadora, el feminismo se lo tacha de destructivo para los valores familiares, señalando a las feministas como mujeres que anteponen sus ambiciones personales a la procreación o crianza, sin importarles “la vida”, según los discursos antiabortistas. Por su parte, sectores de la izquierda han acusado al feminismo de «ir demasiado lejos», percibiéndolo como una amenaza para causas históricas de justicia social. Y desde adentro del movimiento, las luchas internas han provocado divisiones y desconfianza. Aunque el debate interno es una señal de vitalidad, también significa una lucha de poder que, paradójicamente, reproduce esquemas patriarcales.
El supuesto empoderamiento impulsado por el anterior gobierno dejó en evidencia un manejo instrumentalizado del feminismo. Claramente fuimos usadas. La causa fue desvirtuada, actuando de manera antifeminista y necia. Se violentó a una mujer mientras se proclamaba proteger a miles de nosotras.
Particularmente en lo que respecta a la gestión del otrora Ministerio de la Mujer, muchas feministas no compartimos su visión ni su forma de administración. Es injusto que paguen justos por pecadores y no asumiré ese costo ajeno. Aun así, entiendo que en este momento histórico estas fracturas nos perjudican y es imperativo que regresemos a las fuentes: a la solidaridad, la sororidad y al compromiso colectivo.
Este esquema de triple ataque no es exclusivo de Argentina. No somos las únicas. En países como Irán e India, las feministas enfrentan simultáneamente al Estado, la religión y sus propias tensiones internas. Sin embargo, en esos países de oriente, la solidaridad prevalece como un pilar inquebrantable. Allí, las activistas eligen la causa por encima de sí mismas, recordándonos que la unión es la clave para superar obstáculos. Por ejemplo, en India, feministas han unido esfuerzos con activistas LGBTQ+ y grupos de derechos de trabajadoras sexuales, logrando cambios significativos incluso en contextos profundamente conservadores. Recordemos que los feminicidios y la violencia sexual siguen siendo problemas endémicos.
El feminismo no es una idea reciente, ni mucho menos un capricho contemporáneo. Ya en la antigua Grecia, Platón, en su obra La República (alrededor del 375 a.C.), imaginaba una civilización ideal en la que las mujeres, libres de las ataduras exclusivas de la maternidad, pudieran contribuir plenamente a la sociedad. Proponía el cuidado colectivo de los niños como una forma de liberar el potencial de las mujeres. Este germen de igualdad inspiró ideales que, siglos después, se consolidaron en el feminismo moderno y en su lucha por derechos fundamentales.
A lo largo de los siglos, el feminismo ha evolucionado en distintas etapas u «olas», cada una impulsada por las necesidades y los desafíos de su tiempo:
- Primera ola (siglo XIX y principios del XX): se centró en los derechos civiles y políticos, especialmente en la lucha por el sufragio femenino. En el contexto internacional, figuras como Emily Davison se sacrificaron por el voto femenino, pero en Argentina también hubo hitos importantes. Eva Perón fue clave en la aprobación de la Ley 13.010, que otorgó el derecho al voto a las mujeres en 1947. Antes de esta conquista, en los debates del Congreso, hubo varones que argumentaban que las mujeres carecían de la capacidad cerebral necesaria para ejercer un derecho tan «complejo». Esta visión reflejaba un profundo desprecio hacia la mujer como ciudadana plena.
- Segunda ola (décadas de 1960 y 1970): conocida como el Movimiento de Liberación de la Mujer, expandió la lucha hacia la igualdad en el matrimonio, el trabajo y la sexualidad, así como contra la violencia de género. El acceso a la píldora anticonceptiva en 1961 permitió a las mujeres mayor control sobre su cuerpo y vida sexual. Sin embargo, a pesar de estos avances, la discriminación laboral y social continúa siendo una realidad. No se puede ignorar que aún persiste la discriminación en la etapa de contratación o presentación de solicitudes de empleo contra mujeres de cierta edad debido a que son consideradas un «riesgo de maternidad», por ejemplo.
- Tercera ola (década de 1990): esta etapa destacó por su enfoque en la diversidad y la interseccionalidad. Las feministas de esta ola señalaron que las experiencias de las mujeres no son homogéneas, sino que están atravesadas por factores como la etnia, la clase, la orientación sexual y la identidad de género. En este período también se logró criminalizar la violación dentro del matrimonio en muchos países, un gran avance hacia la igualdad.
- Cuarta ola (actualidad): impulsada por internet y las redes sociales, esta ola se caracteriza por su enfoque en el activismo digital, enfrentando el sexismo y el acoso en línea, y visibilizando problemas como la violencia de género, su expresión máxima en los femicidios, y la brecha salarial. Es una etapa más inclusiva y global, donde cualquiera puede unirse al debate y a la lucha desde un clic.
A través de estas olas, el feminismo ha transformado profundamente el mundo, pero aún queda mucho por hacer para erradicar las desigualdades estructurales que persisten.
Hoy, sin embargo, la palabra «feminismo» carga con un estigma injusto. Si se preguntara en la calle, muchas mujeres afirmarían no identificarse como feministas, aunque la mayoría apoye la igualdad de género y reconozca que el sexismo sigue siendo un problema. Este rechazo no es hacia los objetivos del feminismo, sino hacia la connotación que ha adquirido el término. A menudo se lo asocia con extremismo, rabia y odio hacia los varones, un prejuicio alimentado por narrativas tóxicas y distorsionadas.
El feminismo en su esencia busca la igualdad política, económica y social entre los géneros. Sus luchas históricas lo han demostrado: el derecho al voto, la igualdad en el trabajo, el control sobre nuestros cuerpos. Y hoy, demandas como la licencia parental igualitaria para varones y mujeres son una muestra clara de que el feminismo no solo beneficia a las mujeres, sino que busca transformar las dinámicas de cuidado y trabajo en la sociedad promoviendo un equilibrio justo y real.
¿Entonces, hacia dónde vamos o deberíamos ir?
Hacia un feminismo constructivo. Es necesario que el movimiento feminista no solo combata las narrativas violentas externas y al disciplinamiento, sino que también trabaje en sus propias dinámicas internas. Debemos volver a la raíz del feminismo, a la solidaridad, el apoyo mutuo, a la lucha conjunta y no permitir nunca más ser cómplices u objetos de la politiquería.
Además, es necesario que más varones se sumen a esta causa. El feminismo no es exclusivista ni anti-masculino. Al contrario, busca liberarlos de los mandatos patriarcales que también los oprimen a través del reconocimiento de las nuevas masculinidades. Un feminismo verdaderamente inclusivo y constructivo, donde no haya tantos rótulos ni superabundancia en estudios academicistas que solo buscan divisiones, y donde varones y mujeres trabajen codo a codo, repartiendo igualitariamente las tareas de cuidado pueden derribar las estructuras patriarcales con mayor eficacia.
Finalmente debemos volver a educar y dialogar para rescatar el verdadero significado del feminismo. Mostrar que no busca privilegios, ni mucho menos ser vehículo de castas, sino equidad; que no excluye, sino que invita a participar a toda persona que crea en la igualdad. La palabra feminismo ha transformado el mundo y con ella, la vida de millones de mujeres y varones. No abandonemos ese legado. Es nuestro deber como feministas hacerlo. Rescatemos la mística y nuestro legitimo sentido de pertenencia.
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